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Sarale: «Sabemos muy poco sobre el aporte que el diseño ha hecho en términos de conocimiento a la sociedad en general; esto se hace visible y se pone en valor desde los archivos patrimoniales»

El diseñador y docente mendocino Luis Sarale resalta la importancia de las nuevas tecnologías y del trabajo territorial en la gestación de un perfil profesional acorde con las problemáticas sociales y económicas actuales.

Nacido en Mendoza en 1948, Luis Sarale es uno de los diseñadores más prolíficos del oeste argentino. Durante sus casi 50 años de profesión, ha concebido desde su estudio Síntesis Diseños una vasta cantidad de trabajos –en especial, gráficos y editoriales, pero también industriales– para comitentes privados y gubernamentales.

Como docente y gestor, es uno de los protagonistas y propulsores de la escena proyectual cuyana y creador de herramientas fundamentales para vincular la formación académica con el entorno material y productivo. Entre 2014 y 2018 fue vicedecano de la Facultad de Artes y Diseño de la Universidad Nacional de Cuyo (FAD-UNCuyo), donde además creó en 2008 la maestría en Gestión del Diseño para los Desarrollos Regionales, dirigida hasta la actualidad junto a Laura Braconi. Asimismo, fue presidente, desde 2016 y hasta 2018, del DiSUR, la Red de Carreras de Diseño en Universidades Públicas Latinoamericanas, que nació para adecuar los contenidos educativos a los cambios de paradigmas globales y potenciar proyectos dinámicos de investigación.

En el mes del diseño, participa de la sección Experta del Old&Newsletter y reflexiona acerca de la interacción del diseño con el ser humano, con las tecnologías de la información y con el conocimiento.

–¿Cuál es su experiencia con el diseño?
–Creo que mi generación ha sido protagonista de lo mejor y de lo peor del diseño, en cuanto a su aporte a la cultura, a la sociedad y a la economía de las últimas cinco décadas. De hecho, vengo en contacto con esta maravillosa disciplina desde la década del 70, cuando empecé a estudiar en la UNCuyo, una década muy conflictiva, generadora de muchos debates políticos y, dentro de la facultad, fuertemente vinculados a resolver el dilema respecto de qué diseño queríamos estudiar. Esta práctica te carga de sentido y de fuerzas para empezar a creer que desde el diseño se pueden proponer cosas que faciliten cambios sociales, económicos y culturales, en pos de una comunidad mejor. Esta suerte de utopía la sigo sosteniendo a rajatabla hoy.

–¿Por qué dice que el diseño ha tenido un rol protagónico en las últimas décadas?
–En primer lugar, el diseño ha sido y es un factor de cambio tanto a nivel global como local y, por su condición de generador de objetos, se lo puede ubicar como responsable en la creación de sentido del entorno cultural del hombre.

Analizado como una actividad socialmente reconocida, el diseño surge con la industrialización, en la modernidad, debido a que la concentración, especialización y aceleración de las prácticas culturales resultaron ser una estrategia para la solución de problemas complejos en este modelo de civilización. El diseño es una herramienta mediadora para la innovación y el valor intrínseco de los productos y los servicios locales.

Al abordar una problemática del territorio desde el diseño, se supera la acción particular de intervenir con una rama específica del mismo, se rompen estereotipos y se reformulan hacia una dimensión integradora. Allí, se opera con la diversidad de orientaciones (industrial, gráfica, multimedia, indumentaria, etcétera) sobre una misma temática y se hace en torno a objetivos comunes junto a otras disciplinas con injerencia en las problemáticas del desarrollo estratégico territorial.

El diseño es una disciplina de conformación tecnológica, cuyo objeto central son los objetos y los sistemas de mediación. Permanentemente, ha incorporado e integrado valores de otras ciencias, que le han permitido adecuarse a diversos escenarios y dar respuestas a problemáticas complejas. Esto ha facilitado visualizar e incursionar en áreas de la cultura y del conocimiento impensadas en los años 70.

Hemos acompañado un recorrido histórico en el que observamos el paso del diseño centrado en el objeto al centrado en lo humano; es decir, de diseñar objetos a diseñar para el desarrollo social. Compartimos la incorporación de factores como la empatía y la emotividad a modo de condicionantes del proyecto, lo que ha humanizado no solo al objeto sino al diseño como disciplina.

–¿Qué debe tener una pieza para ser considerada un buen diseño?
–Si lo analizamos en su concepción estructural, es decir, desde su forma, su función y sus significados, observaremos que la evaluación de calidad es compleja de definir, ya que hay que tomar en cuenta el contexto cultural donde aparece el producto.

Por supuesto, debe haber coherencia integral de calidad en su forma, funcionamiento y valor simbólico. Ahora bien, desde parámetros clásicos se podría pensar en la Gute Form, donde la estética es central para evaluar la calidad de un objeto de diseño. En productos más complejos, es necesario avanzar sobre la construcción de indicadores de calidad, tanto en el proceso y en el resultado como en el impacto; esta es una deuda que tiene el diseño como disciplina. Aun así, creo más en el valor otorgado por el usuario, que es quien establece la relación con el producto, lo usa, lo prueba y lo aprueba.

–¿Existe una identidad en el “diseño argentino”? ¿hay un solo “diseño argentino”?
–Creo que existe una identidad oculta y que nadie ha asumido la tarea de hacerla visible y ponerla en valor. Insisto en que, si solo nos referenciamos con el modelo hegemónico de diseño global, seguramente solo será tomado en cuenta el que responda a ese modelo. En Argentina es evidente que hay varias versiones según el territorio, ya que no es lo mismo la práctica del diseño en las grandes ciudades, como son Buenos aires, Rosario o Córdoba, que otras del interior, donde aparecen diversas demandas y competencias que inciden en el tipo y en la calidad de producto.

–¿El diseño es valorado socialmente en Argentina?
–Es parte de un proceso de evolución cultural que también se da con distinta intensidad en las grandes ciudades argentinas y en el interior. Sí es notable cómo el valor simbólico ha adquirido gran protagonismo en el acceso al “buen diseño”, ya que las cualidades tecnológicas y funcionales de los productos de un mismo tipo son equivalentes; entonces, aparece como vector diferenciador la marca y la comunicación del relato de la promesa.

En general, existen pocos documentos que ofrezcan una metodología que demuestre de forma integral el impacto social del diseño, tanto en los sujetos, como en los diversos escenarios donde se desarrolla. En el caso de productos para el mercado, algunos autores sostienen que el acierto de un producto de diseño se lo puede medir en base al retorno de inversión hecho en él.

Sin embargo, es necesario aclarar que el éxito en ventas de alguno de los productos resultantes no es el único factor que determina si el diseño ha sido bueno o malo. Hoy aparece un reconocimiento en los micro y pequeños productores debido al esfuerzo realizado desde instituciones estatales como el Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI), el Plan Nacional de Diseño (PND) y algunas universidades.

–¿Cuál es la importancia de los archivos y las colecciones patrimoniales de diseño?
–Hoy hay reconocimiento a la historia previa, sobre todo en las escuelas de Diseño de las universidades, que están incorporando la investigación en su producción de conocimiento. Sabemos que el diseño es una disciplina bastante aceptada, desarrollada e institucionalizada en muchos países. No obstante, sabemos poco o muy poco sobre su producción y sobre el aporte que el diseño ha hecho en términos de conocimiento a la sociedad en general; esto se hace visible y se pone en valor desde los archivos patrimoniales. En nuestra unidad académica, nosotros estamos investigando la producción teórica y metodológica del diseño desde las décadas del 60 hasta la actualidad y hemos observado cómo existe un correlato entre este tipo de producciones y la práctica profesional.

–¿Por qué sería necesario resguardar la memoria del diseño?
–La historia nos permite ver y analizar los recorridos, las influencias y los aportes de las diversas disciplinas a la cultura del diseño; también, percibir las anomalías y las crisis que generaron los relatos para facilitar la construcción de nuevos paisajes objetuales y comunicacionales. Este resguardo tiene como fundamento iniciar un proceso de ordenamiento de la información bibliográfica y documental que permitirá construir un marco teórico y un diagnóstico del estado actual del conocimiento sobre diseño en el mundo y la región, para favorecer su interpretación y valorar su protagonismo en los escenarios de la cultura y la producción actuales.

Hay que poner en evidencia los argumentos que ubican al diseño como herramienta mediadora para la innovación y el valor intrínseco de los productos y de los servicios. Desde este punto de vista, el diseño tiene la responsabilidad de trascender su interpretación como instrumento de la producción, comunicación y comercialización de la cultura industrial para, desde un punto de vista epistemológico y complejo (es decir, sistémico), contribuir en la construcción de un nuevo modelo de desarrollo humano, donde la producción y comercialización de artefactos y comunicaciones pase a ser el medio para lograr la sobrevivencia, pervivencia, reproducción y trascendencia de las comunidades en los diversos territorios con sustentabilidad y sostenibilidad.

En síntesis, resguardar la memoria del diseño facilita expandir los contenidos curriculares de las carreras de diseño y contribuir a modificar las prácticas conceptuales/proyectuales de las distintas especialidades, incorporando núcleos temáticos relacionados a modelos alternativos de desarrollo territorial sostenible que consideren los perfiles culturales de las comunidades que los habitan.

–¿Qué condiciones debería tener una institución para hacerlo?
–Hoy el rol que cumplen las nuevas tecnologías de la información y la comunicación es fundamental para el desarrollo de cualquier institución que quiera asumir la responsabilidad de proteger, resguardar y compartir la memoria disciplinaria. Pero, además, estas facilitan el trabajo en red con otros actores del sistema nacional, regional e internacional del diseño.

Contar con una plataforma digital sería una condición para cualquier institución que se haga cargo de este compromiso. Además, aparecen factores claves, como las competencias para interpretar si un objeto cumple con las condiciones para ser reconocido valioso. El contexto histórico, tecnológico, cultural, ambiental y simbólico son algunos de estos factores, por lo que una institución así debe tener la capacidad para absorber ese compromiso. En este sentido, en Argentina, hay que reconocer la labor que esta realizando la Fundación IDA.

–¿Por qué en Argentina, a diferencia del resto del mundo, casi no existen espacios museísticos que le otorguen un lugar al diseño?
–En general, la interpretación del diseño en nuestra sociedad no está instalado con la profundidad como para ser percibido como un valor integral. Esa es una deuda pendiente tanto de los profesionales como de las universidades, que no han potenciado la percepción del diseño como factor de desarrollo y de aporte a la calidad de vida.

De todas maneras, no sé si el formato museo es el más adecuado para hacer visible la historia, el protagonismo y la importancia del diseño en la vida de los argentinos. No obstante, seguramente, con acciones interactivas y experienciales a partir de las tecnologías de la información se podrían poner en valor esas cualidades.
Tengo entendido que el arquitecto Ricardo Blanco realizó una tarea muy interesante de acopio de material en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires para integrar una colección de Diseño Argentino.

–¿Cuáles son los desafíos de la comunidad del diseño para el futuro?
–El gran desafío del diseño es aprender a interpretar los nuevos escenarios de participación en los que el comitente ya no es una empresa, sino organizaciones con sus propios sistemas de relaciones productivas y con sus expresiones culturales, fuertemente impactadas por los discursos hegemónicos de las tecnologías de la información y de la comunicación.

Otro gran desafío, en este caso, para las instituciones educativas, es la formación de profesionales con competencias para contribuir al desarrollo territorial con sostenibilidad y sustentabilidad. Es factible a partir de los cambios conceptuales, metodológicos y actitudinales de los diseñadores, a fin de que se integren activamente en estos procesos.

Y, tal vez, el más importante de todos sea contar con políticas públicas que promocionen, apoyen, difundan y contengan las acciones de diseño para potenciarlo y transformarlo como la principal fuente de valor intrínseco de la producción nacional.