Lebendiker: «En algún momento, el diseño se convirtió en un objeto de culto escindido de los problemas que cada grupo de actores y de comunidades debía solucionar»
Adrián Lebendiker, fundador y exdirector del Centro Metropolitano de Diseño (CMD), analiza desde su formación transversal las implicancias de la innovación en las órbitas proyectuales y empresariales.
Director de Arte Publicitario y licenciado en Ciencias Sociales y Humanidades, Adrián Lebendiker se aboca a la gestión y la consultoría desde hace décadas. Como director general de Industrias Culturales y mediante la formación de equipos transdisciplinarios y programas de políticas públicas, impulsó la promoción y el desarrollo de proyectos que aunaran las disciplinas tradicionales del diseño con la actualización de las prácticas, la revalorización urbana y la divulgación comunitaria. En la misma línea, estableció Incuba, una incubadora de emprendimientos creativos pionera en Argentina, y es cofundador de la agencia de food design deMorfa, la primera del Cono Sur.
Es docente de la maestría en Diseño de la Universidad de Palermo y coordinador académico de la Escuela de Emprendimientos Creativos de la misma casa de estudios. Ha asesorado a numerosas entidades públicas y privadas y actualmente dirige Gloc, una consultora de estrategias de diseño para instituciones, ong, pymes y grandes empresas.
Asimismo, ideó la revista IF y es coautor de la colección de libros “Diseño e Innovación para Pymes y Emprendedores”, de Clarín. En el Old&Newsletter de noviembre, responde el cuestionario de la sección Opinión Experta y aporta interesantes conceptos acerca del sentido y la construcción de la cultura objetual y de los vaivenes en el devenir disciplinario.
–¿Cuál es su experiencia con el diseño?
–Estudié dirección de arte publicitario y trabajé como diseñador gráfico; también me formé como licenciado en Ciencias Sociales. A partir del 2000, participé en la fundación del Centro Metropolitano de Diseño (CMD) de la ciudad de Buenos Aires, organismo del cual fui su director general hasta el final del 2007. Luego, trabajé como consultor asesorando a organismos públicos, empresas, emprendedores y ong, en proyectos donde el diseño y la innovación tuvieran cierto impacto para que estas organizaciones pudieran diferenciarse. Me entusiasma involucrarme, sobre todo, en proyectos donde participan múltiples disciplinas y saberes, y donde el diseño puede aportar al desarrollo local, al impulso de ecosistemas emprendedores e innovadores, a la mejora de la competitividad de pymes y a cambios sustentables en la sociedad.
–¿Qué debe tener una pieza para ser considerada un buen diseño?
–Resolver fehacientemente el problema que se propuso abordar o la oportunidad detectada. Lograr hacerlo con una apropiada articulación entre lo estético, lo funcional y lo semántico. Hacerlo de una manera tal que se pueda producir con los recursos con los que contamos en Argentina. Y, finalmente, que esté pensado para que, en su producción, sea sustentable desde el punto de vista económico, social y ambiental.
–¿Existe una identidad en el “diseño argentino”? ¿hay un solo “diseño argentino”?
–Es un viejo debate, el que propone la pregunta. Hay identidades genuinas, hay identidades construidas y hay identidades genuinas que se utilizan para construir grandes relatos identitarios.
La cultura del proyecto es hija y a la vez demanda la construcción de macrorrelatos, de identidades hegemónicas: un diseño universal, un buen diseño, un pensamiento de diseño. Una mirada que marcó gran parte del siglo XX y que obviamente signó nuestra forma de ver las cosas y nuestra manera de juzgar nuestro diseño.
Pero, en nuestra cultura objetual, conviven múltiples identidades y variados microrrelatos. ¿Es más icónico acaso el BKF que el mate? Depende de quién lo considere. Seguramente, para los indios guaraníes, el mate era un artefacto naturalizado en su cultura cotidiana. Para un japonés, es un producto exótico que identifica a la Argentina. El BKF, en cambio, es un diseño universal que identifica más a sus autores que al país, pero que –sin embargo– es valorado por la comunidad de diseñadores como un emblema del diseño autóctono.
La “identidad”, en el sentido moderno de la palabra, es un imperativo para poder aglutinar lo diferente en un relato superador: las naciones, los géneros, las disciplinas..., todo ello está en crisis.
No tiene sentido, en mi opinión, buscar “la identidad del diseño argentino”. Hay productos, actividades, costumbres, lugares, que son producciones genuinamente nuestras. Todas ellas cuentan historias de aquí y el resultado de la mezcla de ellas es lo que, en todo caso, representa lo que somos y hacemos.
–¿En Argentina el diseño es valorado socialmente?
–El diseño no tiene o no debería tener, en mi opinión, un valor per se, como puede ser el caso del arte. El diseño debe ser considerado por su valor “utilitario”. ¿El diseño crea objetos más útiles, bellos y sustentables? ¿El diseño permite ser más competitivas a las empresas que lo practican profesionalmente? ¿El diseño le sirve a comunidades vulnerables resolver algunos de sus problemas? ¿El diseño mejora la desigualdad urbana o el transporte en las ciudades? ¿El diseño nos sirve para que la tecnología sea más amigable? Si algo de esto aporta el diseño en nuestro país, entonces el diseño tiene un valor social. Si no, los diseñadores deberíamos preguntarnos de qué manera hacer más claro nuestro rol en alguno de los procesos mencionados.
Dicho esto, creo que existe una valoración creciente entre las empresas, los emprendedores, el sector público y las ong de los aportes que el diseño puede hacer, tanto para resolver un producto, una comunicación, un espacio o una experiencia, como en las diferentes formas de pensar la solución de problemas más complejos.
–¿Cuál es la importancia de los archivos y las colecciones patrimoniales de diseño?
–Desde hace ya tiempo, el diseño se ha convertido, dentro de los museos e instituciones culturales, en una vertiente que expresa gran parte de la producción cultural de la época moderna. Eso se refleja en la existencia, en diferentes partes del mundo, de espacios dentro de los museos de arte moderno, que exhiben las piezas más destacadas del diseño del siglo pasado y del actual; incluso, en algunos casos, con museos enteramente dedicados al tema. En nuestro país, se han realizado estimulantes iniciativas en ese sentido, aunque hasta el momento más orientadas a la exhibición y la divulgación de determinadas colecciones que a la clasificación sistemática con rigor museográfico y al resguardo.
–¿Por qué sería necesario resguardar la memoria del diseño?
–En primer lugar, por algunas de las cosas que mencioné antes: el diseño es parte de nuestra historia productiva, de cómo pensamos nuestras ciudades y nuestras instituciones, de qué manera nos comunicamos nosotros como comunidad. Y, por ello, el diseño es parte fundamental de nuestra cultura. Desde los productos industriales a los artesanales, desde las marcas de las históricas empresas nacionales hasta las que representan a golosinas y productos emblemáticos, desde obras de arquitectura reconocidas y monumentales a aquellas que dieron forma a planes de viviendas sociales, desde la moda industrial a la de autor, desde productos electrónicos icónicos hasta las interfaces de software y videojuegos: todo ello, y tantas cosas más, hablan de lo que fuimos y quisimos ser como sociedad, y por esto es que debemos resguardarlo y divulgarlo, para tener fuentes propias que inspiren nuestros proyectos futuros.
–¿Qué condiciones debería tener una institución para hacerlo?
–Debe contar con un equipo de profesionales que combinen formación museográfica con conocimientos acerca de la historia de nuestro diseño; un espacio para contener de manera permanente la diversidad de piezas originales que conforman el patrimonio museográfico del diseño argentino; y una dirección que se oriente a la divulgación de las historias que conforman el derrotero del diseño local, haciendo partícipe a toda la comunidad.
–¿Por qué en Argentina, a diferencia del resto del mundo, casi no existen espacios museísticos que le otorguen un lugar al diseño?
–Es un problema más generalizable a Latinoamérica, que sí cuenta con museos dedicados a la producción artesanal o precolombina.
Por otra parte, la existencia de espacios museísticos sobre diseño en el mundo es algo relativamente nuevo, ya que la comunidad de diseñadores durante mucho tiempo se resistió a que los productos diseñados se exhibiesen como obras de arte o por fuera de su contexto funcional.
Al mismo tiempo, los museos fueron mutando y pasaron de ser instituciones que protegían el patrimonio cultural a espacios más híbridos, donde los aspectos patrimoniales se fueron mezclando con la participación del público, la oferta de productos en las tiendas y la rotación de contenidos atractivos.
En Argentina, tal vez de manera similar a lo ocurrido en el mundo, el diseño comenzó a infiltrarse en los museos de arte contemporáneo a través de muestras y de productos vendidos en sus tiendas.
También, se pueden registrar algunas iniciativas muy focalizadas en el ámbito académico; no obstante, hasta el surgimiento de IDA, no hubo un proyecto museográfico para sistematizar la historia del diseño local y, por supuesto, es una gran decisión que merece todo el apoyo.
–¿Cuáles son los desafíos de la comunidad del diseño para el futuro?
–Lo que podemos denominar “comunidad del diseño argentino” es un conjunto de instituciones educativas, unas pocas asociaciones profesionales, una gran cantidad de profesionales y de estudiantes, algunas publicaciones y medios virtuales, una serie de organismos y políticas públicas dedicados al tema, emprendedores, referentes y una suma de actividades de promoción como concursos, ferias, festivales, etcétera.
Siempre he pensado que la agenda de la comunidad del diseño no puede estar escindida de las necesidades que tiene nuestro país. El diseño surgió de la necesidad de proveer a la producción masiva de la calidad, la factura y la belleza que el proceso de la revolución industrial le quitó a la producción artesanal. Pero, en algún momento, se convirtió en un objeto de culto escindido de los problemas que cada grupo de actores y comunidades debía solucionar. El star system del diseño es parte de la comunidad internacional del diseño, pero el futuro de nuestro diseño no debería estar ligado a esas expectativas sino al involucramiento para ofrecer soluciones a la variada agenda de problemas de la Argentina. De alguna manera, ese podría ser nuestro aporte singular al diseño en el mundo.
Esta agenda muestra diferentes campos, y muchos de ellos se presentan como polos distantes. En tal sentido, podríamos enumerar el aporte que los diseñadores, como proveedores de servicios, podemos sumar a procesos de innovación en los sectores donde nuestro país cuenta con mayor potencialidad de crecimiento (software, alimentos, energía, maquinaria agrícola, equipamiento para salud, internet de las cosas e industria 4.0, manufacturas como moda, muebles y juguetes que demandan diseño), industrias culturales y creativas, productos artesanales, entre otras; generar nuevos diseños o rediseños para que las pymes exportadoras sean competitivas y puedan diferenciarse más; pensar el desarrollo de dispositivos para el uso de energías renovables, productos y sistemas más sustentables; integrar nuestros conocimientos, ideas y herramientas a los esfuerzos para lograr mejoras en los sistemas educativos, de salud, de los servicios públicos, y de todos aquellos proyectos que mejoren la calidad de los servicios públicos; comprometernos con proyectos que mejoren la situación de los grupos más vulnerables y de las minorías, aportando a la generación de productos, comunicación y experiencias que visibilicen estos sectores frente al resto de la comunidad; pensar en proyectos de desarrollo territorial que equilibren la desigualdad existente en nuestro país y aproveche mejor las capacidades endógenas de cada región; involucrarnos más en equipos transdisciplinarios que propongan soluciones innovadoras, utilizando las metodologías propias del diseño y del pensamiento del diseño.
Como productores, debemos seguir desarrollando emprendimientos basados en el conocimiento, en la innovación y en la diferenciación y que consoliden ecosistemas emprendedores sustentables y con capacidad de crecimiento. Y, finalmente, como colectivo, tenemos que lograr una mayor interacción y transferencia de conocimiento y de experiencias que permitan divulgar los resultados de todas las iniciativas que se realizan al respecto, tanto hacia el interior de la comunidad del diseño como hacia el conjunto de la sociedad.





