Churba: «El ‘buen diseño’ está mucho más ligado al ejercicio de un consumo responsable que a un modelo de sobreproducción descartable»
El diseñador, fabricante textil y creador de la marca Tramando reflexiona acerca de la concepción holística de la disciplina e insta a repensar los hábitos de consumo.
Martín Churba es uno de los diseñadores más destacados de Argentina. Portador de un espíritu propositivo y con formación en artes escénicas y diseño gráfico, su primera experiencia en el campo de la indumentaria fue con la marca TrosmanChurba, constituida junto a su exsocia Jessica Trosman en los años 90.
En 2002 decidió fundar Tramando, empresa con la que puso en marcha una verdadera usina creativa que produce para Argentina y para el mundo. Sus investigaciones formales, materiales y conceptuales se aplican en el desarrollo de textiles, de prendas e, incluso, de objetos para “vestir” la casa.
La apuesta por la vanguardia y el diseño integral se visualiza en la arquitectura interior de sus locales, la ambientación de sus vidrieras, las presentaciones performáticas de sus colecciones y las campañas publicitarias. En su afán por generar proyectos transversales ligados al desarrollo estratégico, ha emprendido acciones junto a artistas como Nicola Costantino, Pablo Reinoso, Guillermo Kuitca, Clorindo Testa y Pablo Siquier, a la vez que impulsó alianzas con comunidades artesanas y colectivos políticos.
En los últimos años y luego de tener más de 70 empleados, reconvirtió su empresa para producir en menor escala y volcarse de lleno a la experimentación y la reflexión acerca del quehacer. A propósito de esto, su colección “Stock, Divino Tesoro” (2019) tuvo como eje el reciclaje de telas de sus temporadas anteriores.
Motivado por el aislamiento obligatorio a raíz de la pandemia, Churba transmite de lunes a sábado desde su cuenta de Instagram un programa casero para “pasarle el trapo a la cuarentena”. Con herramientas y elementos cotidianos, motiva a su nutrida audiencia a animarse y gestar “producciones inútiles” para invertir su tiempo. El resultado son objetos, pinturas y hasta prendas –como barbijos, remeras y abrigos intervenidos– despojados de cualquier prejuicio formal, utilitario o tipológico.
En esta ocasión e invitado por Fundación IDA, el también premio Konex de Platino participa de la sección “Opinión Experta” de mayo para reflexionar acerca del vínculo entre producción y diseño.
–¿Se puede repensar o redefinir el diseño desde la producción? ¿y la producción desde el diseño? ¿puede uno prescindir del otro?
–Podría dar dos respuestas. La primera es que definitivamente no pueden prescindir uno del otro. Hoy, más que nunca, se tornó obligatorio pensar los procesos como un todo, entenderlos desde una óptica sistémica. Sin ir más lejos, esto está representado por la economía circular, cuya concepción devino en la necesidad de trazar una historia detrás de los productos; es decir, saber quién y cómo los hizo, cuáles son sus materiales y el origen de los mismos.
Hoy venden quienes pueden provocar en sus “tribus” un compromiso ligado a la historia y a los eslabones productivos de aquello que compran. Por supuesto que la economía capitalista funciona sobre parámetros opuestos, íntimamente vinculados al fast-fashion; pero, sin duda, el “buen diseño” está mucho más ligado al ejercicio del consumo responsable que a un modelo de sobreproducción descartable.
Esta realidad motiva a que los negocios, sobre todo los vinculados al diseño, deban reperfilarse y dar cuenta de su circularidad. En otras palabras, cómo eso que ofrecen no es algo que depredan sino que, así como lo toman, lo devuelven de alguna manera.
Ahora bien, también creo que tomar por separadas las instancias de fabricación y de creación —prefiero ese término al de diseño— hoy también se vuelve casi un deber. Las dinámicas a las que nos enfrentamos en momentos como el actual, con una pandemia que forzó al comercio a migrar a las plataformas online, instan a generar una especie de “superávit creativo”. Pareciera que está más claro que nunca el lugar que tiene la creatividad dentro de los procesos totales.
Es decir, por un lado hay una mirada sistémica donde la economía circular simboliza cómo la producción y el diseño están ligados, pero hay a la vez una urgencia o emergencia de crear contenidos, nuevos productos, nuevos paradigmas de consumo. Si habláramos de la nueva carta natal del binomio producción-diseño, encontraríamos al sol puesto en la casa de la creatividad.
–¿Qué casos, personajes, productos o elementos de la cultura argentina e internacional podrían dar cuenta de una experiencia superadora entre estos términos?
–Uno de los casos en los que producción y diseño presentan una simbiosis empática y sistémica es el colectivo de artistas Mondongo. En este, no solo el hecho artístico es contundente y la creatividad es sorprendente, sino que todo está encadenado a un método de producción que no se aferra a fórmulas y vive reinventándose. Ahí se ve claramente una relación de sistema; es en ese tipo de experiencias donde el aleteo de la mariposa en un extremo del proyecto siempre impacta en el otro, donde creación y producción se retroalimentan y se hacen uno.
Otro caso puede ser el de Juana Molina en la música y en las artes visuales. Como performer, tras lanzarse a la búsqueda de sonidos nuevos, distintos, termina gestando un subgénero. En este sentido, su manera de producir se vuelve clave en el resultado del producto, algo que incluso sucede en su Instagram con las imágenes que crea, cuando pinta nubes y hace formas, u ocurrió cuando hacía personajes. Sus creaciones toman fuerza y singularidad en tanto se anima a reformular y deconstruir los métodos productivos.
–¿Ha cambiado en el siglo XXI, con las nuevas tecnologías, modos de educar, habitar, consumir y relacionarse, la vinculación entre diseño y producción?
–En el siglo XXI está cambiando muchísimo la relación entre diseño y producción, sobre todo porque se “habilitó” la inmaterialidad como contenido y lo que más se consume es información. Esto nos invita a pensar un poco como lo viene haciendo Oriente desde la Antigüedad, en el sentido de que importa tanto la materialidad de un artículo como la idea que este despierta. Cuando conocí Japón, me di cuenta que para ellos un producto no era solo ese producto sino lo que representaba, lo que se pensaba de él.
El ser humano, de alguna manera, está evolucionando hacia la comprensión de que las ideas tienen un impacto directo sobre la vida material. En este terreno, lo espiritual no se ciñe solo a una iglesia o a un dios, sino que se verifica en la cotidianidad: el espíritu de nuestros productos, lo que hay detrás de los objetos que nos rodean, lo que simbolizan culturalmente.
Aparece, incluso, esa libertad de imprimir un valor personal, impalpable, a las cosas con las que nos relacionamos. Entonces, el juego se extiende a lo simbólico y a la creación simbólica. Hoy lo inmaterial es posible: vivimos en lo inmaterial, podemos tener orgasmos inmateriales o compartir porros inmateriales, cada uno desde su computadora o su celular.
Hay algunas cosas de la realidad que empiezan a parecerse a la aparente ficción en la que estamos inmersos, que básicamente no es ficción sino una realidad atravesada por la ficcionalidad de la imagen. Eso nos da un campo de libertad absoluta para imaginar otras cosas, más allá de las que nos invita a visualizar el presente.
–¿Cómo podría potenciarse este binomio para generar soluciones que impliquen mejoras en tópicos como la inclusión, la diversidad cultural, la equidad de género, el cuidado medioambiental, la salud y el acceso a la educación?
–Es muy interesante reflexionar sobre el binomio como tal. Si lo pienso así, lo primero que se me viene a la cabeza es la agricultura y, con esta, la posibilidad de alimentarme y vivir.
Pienso, entonces, que el binomio creación-producción o diseño-producción está volviendo a sus inicios, a un origen que es la antítesis de ir al supermercado, comprar la milanesa y pensar que es un producto “fabricado” en ese local: algo, en rigor, muy alejado de la realidad, ya que la milanesa es un pedazo de vaca.
Digo, todos esos filtros —milanesa, bandejita, precio e inclusive las gestiones productivas de preparar la milanesa— te distancian como habitante y como consumidor de una realidad que es mucho más contundente que la experiencia atenuada por el supermercado, y es la de estar comiendo un animal. Si uno, al agarrar esa bandeja, pudiera ver hacia atrás como en una película lo que tiene en sus manos, cambiarían mucho nuestras elecciones.
Otro ejemplo que podría ilustrar esto, aunque burdo, es el del papel higiénico. Conseguirlo significa salir de nuestras casas, movilizarnos, comprar y hacer un cúmulo de cosas que incomodan más que higienizarnos con el bidé. Quién dijo que esa es la forma de limpiarnos mejor y qué experiencias tenemos sobre otras formas de resolverlo.
Casos así, tan precisos y tan básicos, están totalmente ligados a la idea y las formas de producir y de consumir. Creo, en definitiva, que estamos transitando un momento propicio para replantearnos e interpelar el porqué de las cosas y de las acciones. Hay ciertos elementos del diseño de nuestra vida que, puestos bajo la lupa y observados a conciencia, pueden ser decodificados de maneras mucho más piolas.



